José Cueli
El olmo de la libertad
Hace unos días en la cortina metálica de un comercio de la avenida de los Insurgentes, descubrí un grafiti que decía: “México 2010, doscientos años sin pasado, doscientos años sin futuro”. Sentí tristeza al imaginar al joven que así se expresaba, porque sus palabras significan la muerte de la esperanza y el principio del fin.
En unos pocos meses, México conmemorará el bicentenario de su andadura como nación independiente. Muchos hablarán, desde la tribuna del lugar común, de “los héroes que nos dieron patria y libertad”, pero pocos entenderán lo que realmente quiere decir el vocablo libertad.
El verdadero liberalismo político, nos ilustra el historiador Anselmo Carretero y Jiménez, tiene sus raíces históricas y semánticas en España. La palabra libertad surgió en efecto, en suelo español y durante la Edad Media se usó en Europa occidental con varias acepciones. En los siglos XVI y XVII, este adjetivo era sinónimo de dadivoso, abierto, generoso y, en tal sentido, lo empleó Cervantes. Significaba lo contrario de egoísmo. Como sustantivo político nació en las Cortes de Cádiz de 1810. Los que asistían a aquellas asambleas llamaban liberales a los defensores de la libertad y los derechos del hombre proclamados por la Revolución Francesa. De allí se extendió a todo el mundo. Así entendido, el liberalismo es un humanismo.
Nuestro olvidado “liberalismo social mexicano” sostenía que había que atender las necesidades del pueblo antes que el derecho a la propiedad privada. En este punto hay que destacar que la corriente más radical de la Revolución Mexicana fue la del Partido Liberal Mexicano, que encabezaba Ricardo Flores Magón.
Carretero nos dice que “los mercaderes ingleses, primero, y el capitalismo internacional, después, han tratado de identificar la libertad intelectual y política con las llamadas, libertad de comercio, y, libertad de empresa (libertad de presa, habría que decir con más propiedad) que ninguna relación tienen con el auténtico liberalismo político, de raíces morales, pues son nombres con los que se trata de disfrazar lo que es pura codicia o inmoderado afán de lucro”.
Carretero también nos enseña que para los primeros liberales, la propiedad privada y el derecho de ejercer sin trabas el comercio y la industria eran garantía de libertad del ciudadano frente al absolutismo del rey y la servidumbre feudal. Con el mismo criterio, de pura esencia liberal, habría que defender la propiedad social de la gran industria como garantía de libertad del obrero frente a la servidumbre proletaria.
Es cierto que México se ahoga en un vasto mar de pobreza, desempleo, desigualdad social, injusticia, narcotráfico y descomposición moral; pero a los jóvenes que descargan su ira y su frustración en los muros de las ciudades habría que decirles, con palabras de Novalis, que “la vida no es un sueño, pero puede llegar a ser un sueño”. A Borges le complacía repetir una sentencia de Carlyle: “la historia universal es un texto que estamos obligados a leer y a escribir incesantemente y en el cual también nos escriben”.
Creo sinceramente que las utopías individuales o colectivas pueden construirse con diálogo y voluntad. El hombre, decía Octavio Paz, “es el olmo que da peras increíbles”.