No es fácil para los escritores mantener a lo largo de su existencia una consonancia entre la vida práctica y ciertos principios con los cuales se comprometen. Ni aún la fidelidad a la literatura se sostiene en la mayoría. Quien más, quien menos, empieza por tomarle gusto a los guiños de los funcionarios o de los dueños del dinero para acabar haciendo una concesión tras otra. Escribir sobre lo que está de moda, sobre lo políticamente correcto, hacerle aL'enfant terrible sólo para agrandar la vanidad, cotizarse mejor o colocarse bajos los reflectores. ¡Cuántos de estos espectáculos nos han brindado escritores que ni siquiera necesitaban ninguna de estas andaderas!.
José Saramago, de apellido original Souza, (Y cuyo apodo infantil llegó a convertirse para su regocijo en el apellido de toda la familia), es uno de estos garbanzos de libra, en los que se puede admirar una coherente línea de pensamiento que lo llevó a ser comunista, antiautoritario, anticlerical, ateo, militante de las causas populares, luchador social, internacionalista. Todo ello, sin perjudicar su compromiso con las letras, con la belleza de la expresión y el manejo pulcro del habla. Acaba de morir a los 87 años de edad, después de haber consumado hazañas memorables: escritor tardío que empezó a conocerse hace poco más de dos décadas, durante las cuales publicó una docena de obras que lo llevaron a ser el escritor de lengua portugesa de mayor renombre en el mundo y al premio Nobel de literatura en 1998. Tan sólo la acción de enlistarlas es para dar vértigo: 2009: “Caín” - 2008: “El viaje del elefante” - 2005: “Las intermitencias de la muerte” - 2004: “Ensayo sobre la lucidez” - 2002: “El hombre duplicado” - 2000: “La caverna” - 1997: “Todos los nombres” - 1995: “Ensayo sobre la ceguera” - 1991: “El Evangelio según Jesucristo” - 1989: “Historia del cerco de Lisboa” - 1986: “La balsa de piedra” - 1984: “El año de la muerte de Ricardo Reis” - 1982: “Memorial del convento” , entre las de mayor difusión. Parecería que conocimientos, experiencias, intuiciones, aptitudes para captar la belleza del idioma y enamorarse del mismo, capacidades para traducir cualquier vivencia al lenguaje literario, le florecieron y le prodigaron frutos en la ancianidad, cuando la mayoría opta por apoltronarse, cobrar su jubilación y languidecer hasta la muerte.
Fiel a sus orígenes de clase, campesino desposeído en su niñez y juventud, se solidarizó con los explotados de todo el mundo. Nunca pareció que lo hiciera por afanes exhibicionistas, ni protagónicos. Colocado atrás de las mamparas, simplemente apoyó a las víctimas de la pobreza y de las agresiones de los poderosos. Decía que era“comunista hormonal”, porque llevaba integrada una hormona que obligadamente lo conducía hacia posiciones libertarias. Eso significaba que tampoco aceptaba la cancelación de las libertades en nombre de ninguna causa sagrada, así fuera la patria del proletariado. Fue por ello crítico de la ortodoxia del partido comunista portugués, en el cual no obstante militó hasta su muerte.
De su país natal emigró a consecuencia de otra de sus convicciones irrenunciables: la condena a la manipulación de la fe religiosa. Cuando en 1991 salió a la luz El evangelio según Jesucristo, la iglesia católica emprendió una campaña general para censurar el libro. A ella se unieron, como podía esperarse, todos los poderes fácticos, unos tradicionalistas-conservadores, otros por puro pragmatismo o atemorizados. Desde el Vaticano se ordenó la persecución ideológica y el gobierno portugués, oficialmente una república laica, vetó la famosa novela. Saramago no se amilanó, ni concedió nada. Como protesta, se fue a vivir a Lanzarote en la provincia de Las Palmas de las Islas Canarias. Allí escribió, se comunicó con sus lectores, se incorporó con avidez a la magia del Internet y opinó sobre el quehacer cotidiano en el mundo, a través de un blog cuyos contenidos se convertirían en Los Cuadernos de Lanzarote.Éstos corrieron con suerte parecida a la del Evangelio, sólo que ahora en Italia, donde Berlusconi, el príncipe-gerente y dueño de la mayor parte de los medios de comunicación, trató de impedir la edición. Finalmente, los italianos pudieron leer la obra en su propio idioma gracias a una casa editora independiente, Bollati Boringhieri. En este año, Einaudi, la editorial de Berlusconi y la mayor de Italia, acabó por rendirse y sacó el libro.
En 2009, el clero puso otra vez el grito en el cielo con Caín, la última novela de Saramago. Sólo porque éste reincidió en su tratamiento de los personajes bíblicos como hombres y mujeres de carne y hueso. Y en conceder a las sagradas escrituras cristianas el mismo carácter que tienen todos los textos y representaciones materiales o versiones orales del mundo mágico y religioso, ya fueren de los cultos asiáticos y americanos o de los tres nacidos en el Medio Oriente. Es decir, recopilaciones y acumulaciones de saberes, leyendas, máximas, usos, prejuicios, mitos, que acompañan de ordinario al devenir de las colectividades. Tampoco en esta ocasión dio su brazo a torcer. Lejos de ello, reivindicó con firmeza un arraigado principio frente a los escandalizados con su ateísmo militante: “No creo en dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros. Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en dios, no lo necesito y además soy buena persona”. Tal ideario y tal temple para expresarlo, le viene de muy lejos, desde los clásicos griegos y latinos, pasando por la ilustración, así como por los escritores anarquistas y socialistas del siglo XIX. De estas convicciones se nutrió para crear una literatura limpia, abierta, liberada de los dogmas y siempre dispuesta a buscar lo nuevo.
A raíz de las polémicas desatadas por las objeciones y ataques a sus obras y a su misma persona, calificando a ambos de perturbadores y subversivos, enunció por primera vez un propósito de sus libros, tomado de un pensamiento de su paisano, el poeta Fernando Pessoa: no están para calmar o tranquilizar, sino para desasosegar. Pues sí desasosiegan, pero también capturan, encienden la imaginación, sorprenden, provocan curiosidad y hacen sonreir. No son pocas ni menores cosas. Todos los lectores lo sabemos muy bien. Otros podrán agregar que también educan o ilustran, pero ello no está entre los objetivos de Saramago, si lo consiguen, se trata de un efecto secundario.