José Cueli
Universia
Esta semana ha tenido lugar una reunión singular y esperanzadora: la cita de casi mil rectores universitarios y delegaciones de 72 universidades en Guadalajara.
Mil universidades lanzan un interesante proyecto: crear un espacio latinoamericano de conocimiento para promover, vía la educación superior, el desarrollo de dichos países.
Se dice fácil, pero para orquestar esta loable alternativa se han conjuntado miles de individuos entre rectores, profesores y alumnos.
La noticia nos cae como agua en mayo. Sumergidos en la zozobra y el desaliento por las noticias, unas atroces y otras peor que vemos en el diario acontecer mundial, pensar en este proyecto nos da un esperanzado respiro.
En el discurso de apertura del segundo Encuentro de Rectores Universitarios, la palabras de José Narro, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, fueron claras y precisas al detallar los graves problemas de Latinoamérica: “El surgimiento reiterado de crisis financieras, el incremento del desempleo o la aparición de las lacras de una modernidad mal entendida: la desesperanza, la violencia y la inseguridad; el cambio climático y las crisis ecológicas; el narcotráfico y las adicciones...”
Nada alentadoras son las cifras del producto interno bruto que en nuestro país se dedican a la educación superior y, asimismo, resulta altamente preocupante que tan sólo 30 por ciento de jóvenes mexicanos tengan acceso a ella.
Violencia y pobreza son dos de los factores que más golpean a México. Ambos encuentran su máxima expresión en la marginalidad, y son muchos millones de mexicanos los que viven en estas condiciones. Marginados de la sociedad y de las instituciones, entre la violencia y la depresión (neurosis traumática), oscilando entre el analfabetismo o una casi nula escolarización, quedan irremediablemente excluidos del acceso a una enseñanza superior; por tanto, quedan marginados también del proyecto de nación. Su posibilidad de integrarse a la vida institucional (a todon nivel) les está vetada por su condición marginal. Viven, mejor dicho, sobreviven, al margen de la sociedad.
Cuando un individuo crece en estas circunstancias de carencia a todo nivel, el funcionamiento mental y síquico se ve alterado. La frustración, el hambre, la violencia y los abandonos, el trauma por acumulación y los duelos inelaborables conducen a conductas inadecuadas, que limitan aún más sus posibilidades de inserción social. Quien crece en medio de violencia termina por identificarse con su agresor. Es en este nivel donde debería empezar la intervención para combatir los niveles de violencia.
La única forma posible de integración sería vía la educación y el empleo. Ello representa un reto titánico para nuestro país y en general para Latinoamérica. Como bien señaló el doctor Narro, el tema de la pobreza en México “es una deuda de siglos (...) es un problema secular. Centenario. Que se acompaña de la desigualdad”.
Si bien la meta del proyecto mencionado sería incrementar las posibilidades de acceso y permanencia de los jóvenes en la educación superior tendría que trabajarse arduamente en los niveles educativos previos. ya que muchos millones de mexicanos no tienen fácil acceso a los niveles de enseñanza básica y media.
Otro problema real es que el nivel de conocimientos adquirido al final de la enseñanza media no es el mínimo requerido para acceder al nivel de educación superior.
Sabemos que el reto es enorme y lo más importante es no claudicar. Uno de los pilares básicos para el desarrollo humano y social es la educación. Esa es la fortaleza del hombre y la mayor riqueza de los pueblos.